El político español identifica en su persona y en la de sus seguidores al país al que aspira dirigir. Una metonimia peligrosa. Eso ocurre con dirigentes autoritarios, como con uno venezolano y su revolución. La pluma o la palabra es mas poderosa que la espada.
Los españoles y las españolas tengan, probablemente, otro tipo de sed cuando se la relaciona con la política. No hay que gobernar según lo que diga la prensa ni la opinión pública, le dijo el rey a González Sinde y ella, ni corta ni perezosa, al pie de la letra. Hay otros intereses más importantes. No puedo evitar el recuerdo de aquel lema del despotismo ilustrado: Todo para el pueblo pero sin el pueblo.
Imaginemos un país, donde hay una opción A y una opción B, donde la opción A no concuerda con B, ni la B con la A, más bien están encontrados, o mejor dicho están o viven a encontronazos. Los intereses de A no son los de B y los intereses de B no son los de A, de hecho los intereses de B son B y los de A, A. ¿Cuál es la única manera de que encuentres intereses comunes?
La coherencia de los partidos políticos que legislan es nula. Corrijo. La coherencia con sus ideas, la coherencia con sus palabras es nula. Son sus actos los que no engañan. El acuerdo entre los partidos para aprobar la Ley Sinde es un engaño más. El miedo al enemigo común hace extrañas alianzas. Miedo a los no intereses de P y los no intereses de S.
Y desde la Ijnorancia que nos gobierna mantienen y mantendrán su postura típicamente española, aquella que Góngora expresó en estos versos
Y ándeme yo caliente
y ríase la gente
o enfurézcase o
o rebélese
o...
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